Berta Romero, eneatipo 1 sexual.
Rigidez puritana, todo en nombre de la moral cristiana, todo
se ha de hacer como Dios manda.
Hay que guardar las apariencias, hay muchas
cosas que un buen cristiano no debe hacer.
Los pecados se pagan y después todo se arregla con el perdón
de Dios.
Sabe siempre lo que está bien y lo que está mal, y todo el que no está de acuerdo es malo, es un pecador que se debe arrepentir. Son frecuentes las explosiones de ira contra quienes obran mal, amenazando con el castigo divino.
Por otro lado el monstruo, la perversa expresión reprimida
de todo lo que siente en su interior en forma de instinto animal, no solo debe corregir a los demás sino que ella se siente contaminada por las cosas malas de este mundo, por ese demonio que habita en las profundidades y que la hace sentir culpable tantas veces.
Sin embargo, de vez en
cuando, deja salir el monstruo para que campe a sus anchas, sobre todo en
una expresión sexual que refleja todos los deseos reprimidos, algo que le
encanta al señor Recio cuando tiene la ocasión de transformarse en un guardia
civil que castiga a esta pecadora con sexo desinhibido. El sexo es el demonio que hay que dominar, pero que tantas veces la posee y la lleva a ser todo lo contrario de lo que se propone.
El instinto sexual le empuja a querer cambiar a los demás,
todos están equivocados y ella se lo hace saber con vehemencia. Además tiene
como propósito el tener una familia modelo, con lo que se empeña hasta la
saciedad en intentar cambiar a su hombre, aguantando todo lo que le hace como
una buena cristiana en espera de que llegue el día en que él se dé cuenta y se convierta
en un marido modelo.
Pero ese instinto sexual la delata cuando se muestra su
oculto deseo, como el de un animal en celo, que tantas fantasías le
provoca y que con gran esfuerzo, pero poco éxito, trata de eliminar de su
mente. En su interior lo que más anhela es perder el control y dejarse llevar.